Perro de nadie, perro de todos.

Tenía otro post preparado, pero he decidio posponerlo para otra. ¿...El motivo? El otro día viendo la tele, algo hizo que un recuerdo que yo tenía escondido hace muchos años volviera y me hiciera acercar cosas al presente para darme cuenta de la diferencia abismal en cuanto a trato animal me tocó vivir. Y lo hago desde la percepción de entonces, cuando era una niña.
Pues bien... A esto de la hora de la siesta (en algunos sitios, claro), zapeaba aburrida en el sofá... Un canal; otro, otro...cuando en una de estas, algo acapara mi atención. Me paro en Cuatro, y están poniendo La selva en casa, del loco este de la vida que es Frank de la jungla. No es que me guste mucho el tipo éste, pero tengo que reconocer que me hace gracia su espontaneidad. No sé..., tiene una forma de ser que me hace gracia. La historia es, en el capítulo que corre, que está en casa de una señora, no recuerdo dónde, pero en España. Esta señora se dedica a rescatar perros. Los rescata con ayuda de asociaciones, los recupera y los da en adopción. Todo legal, con papeles y contrato. No es un síndrome de Noé, como estamos acostumbrados a ver, por lo menos a mí me parece una persona bastante coherente. Le cuenta a Frank la historia de un podenquín precioso blanco y marrón que tiene recuperándose. Lo recogió en un grado de abandono brutal, "sólo era pellejo y huesos", le dice. Cuenta que ahora ya tiene un poco de carne y que su aparato digestivo se empezaba a normalizar, acostumbrado a no recibir alimento.
Entonces Frank dice : "Estoy cansado de andar por el mundo, y no hay país que trate tan mal a sus perros como España. Aquí hay mucho hijoputa", dice. "Antes se tenía un perro, era tu perro. Podía no tener una vacuna, tendría pulgas, tendría un montón de defectos, pero era tu perro, vivia contigo y no se le hacía daño".
Pues, es en ese momento, cuando a mi se me despierta el recuerdo del que hablo. Yo era una rapacina, y vivía en Sabugo. En Avilés, por aquella no pasábamos de ser un pueblo grande, mas o menos. Vivíamos en una calle estrecha y larga del casco viejo. Pues bien, que yo recuerde, en mi calle vivían dos perros de la calle.
Uno, que se llamaba Veiru, y que vivía en la parte alta de la calle, que discurría cuesta arriba. Veiru, se quedó un día en la chaterrería que había y alguien le puso un collarín estrecho que indicaba que pertenecía a alguien. Pero en realidad siempre fué un perro de la calle al que le gustaba ser lo que era sin renunciar ni un apice a su ración de libertad, ya que iba y venía sin que nadie se interpusiese. Tenía el enano muy, muy mala leche... ¡Que me lo digan a mi , que tuve una mano marcada mucho tiempo del mordisco que me arreó...! Pero era algo cotidiano. Por aquella si te mordía un perrín, pues te jorobabas y tu madre te decía... "Pa la próxima no lo toques..." y ahí quedaba la cosa. Sangrabas un poco, te lo lavabas (no siempre), te salía una postilla y, ¡hala !... andando que es gerundio.
Es cierto que el Veiru era un perro pequeñín, pero cuando se ponía fuera de si, que era muy a menudo, daba más miedo que los hoy estigmatizados pitbull. Tenía el jodío un valor envidiable. No se achantaba ante nada..., pero nunca vi un mal gesto de nadie hacia él. Todos asumíamos que era así y punto.
El otro perro era Juan. Era el polo opuesto al demonio del final de la calle. Juan, llegó un día de verano buscando sombra y la encontró en el portal de Tabolo, el sastre. Alguien le puso algo de agua, comida y una manta vieja, y el bueno de Juan, decidió que su camino terminaba allí. Y allí se quedó para siempre. Entre mi portal y el Sagari de Maruja, que era un bar de moda por aquella...
Lo recuerdo con mucho cariño, porque era un perro de una bondad infinita. Era de tamaño grande, entradito en años ya, gris. Con un pelo crespo y tieso que apetecía poco tocar, pero que cuando le pasabas la mano por encima era mucho mas suave que lo que parecía. 
Pues la historia fue, que poco a poco, Juan, un perro de nadie, pasó a ser el perro de todos. De todos y cada uno de los niños del barrio. Nunca, en todos los años que vivió en la calle, nunca vi un gesto malo ni un maltrato hacia él. Hoy en día, prefiero no pensar donde y de que manera hubiera terminado Juan en el momento que molestara a alguien...
Todos queríamos estar con él. Hasta mi hermana, el día de su primera comunión, con su vestido blanco, impoluto, tiene una foto con Juan.
Pues al hilo de lo de antes... puede que Juan no tuviera una vacuna, podía estar lleno de pulgas, pero nadie te decía "no te acerques, no lo toques, a ver si te va a pegar algo..." Puede que no comiera correctamente (seguro), puede que sufriera el calor del verano y el frío del invierno en el portal, pero nunca se le despreció ni se le maltrató por ser un perro de la calle, y él nos pagaba a todos con una bondad superlativa. Todos encima de él, y nunca lo oí quejarse, ni ladrar, ni mucho menos morder a nadie. Era un perro, sin más... era nuestro perro y nos bastaba. Era nuestro, del barrio entero, aunque viviera en la calle... Nosotros no entendíamos de razas, y posiblemente tampoco sabíamos el significado de "mestizo". Nos daba igual. Era un perro. Nada más. Posiblemente el que todos escogeríamos si nos dejaran tener uno en casa.
Por eso, comparando aquellos tiempos con los de ahora da terror el ver hasta dónde hemos llegado. ahora somos humanos "deshumanizados" en todos los sentidos.
Miramos mal a los mestizos, que agonizan a miles hacinados en sitios terribles esperando acabar su vida de la manera mas cruel, despreciados por muchos, sin pensar que como en las personas el físico no lo es todo. Y no pasa nada.
Utilizamos a los perros de caza como meros instrumentos a los que tarde o temprano se abandonan a su suerte (una suerte cruel, la mayoría de las veces), o se torturan sin ningún tipo de miramiento. Y no pasa nada.
Etiquetamos a perros como "feroces", que implicamos en peleas para nuestro disfrute. Y no pasa nada.
Se crían y se crían perros de raza en condiciones terribles, que luego de su "uso", no correrán mejor suerte que los mestizos por ser de raza... Y no pasa nada... ¿A dónde nos dirigimos...?
En contraste, nuestros perros de casa, son adorados, idolatrados, comen del mejor pienso, están atendidos sanitariamente hasta límites insospechados, tienen ropa para que no pasen frío, camas calentitas y cómodas... Son amados, en definitiva.
¿Qué pecado han cometido los otros desgraciados...? El que nosotros les imponemos. El perro, cualquiera, sea o no de raza, es un compañero de camino inmejorable. Hasta los perros de "nadie" son responsabilidad de todos. 
Creo que comparando, me gustaban más los otros tiempos. Puede que aunque yo no lo haya visto, en aquella época habría perros desgraciados y maltratados, seguro, pero nada comparable a la crueldad desatada de hoy en día.
Les debemos respeto y una solución a un problema terrible que ellos pagan con sus vidas. Se lo merecen.
Seguro que Juan, se sintió querido y respetado a pesar de ser un perro de la calle y de no pertenecer a nadie. ¿Sabéis por qué? Porque era el perro de todos.
Intentemos que los olvidados, los desheredados, los maltratados... que todos los perros sean nuestra responsabilidad. En definitiva, que todos los perros de nadie acaben siendo los perros de todos.

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