El Tajo nace en Asturias

-¡¡¡Martinaaaaa!!!
¡Ay, Dios, que ya lo vió!. Yo acudo presurosa a la llamada y miro con cara de alucinada al suelo como que nunca he visto mi río particular que acabo de plantar en medio de la cocina y por todo el pasillo.
Pa más inri, Juana lo pisó, resbaló...y casi se esgoncia.
-¡Pero chica, pero si no hace siquiera dos horas que estabas por la calle! ¡Eres una gochona!...
Y yo, no se lo que es eso de gochona, pero me suena muy, pero que muy ofensivo. Tampoco es pa tanto la cosa.¡Vaya días que llevamos, nena!, me dicen. Y es cierto; ayer, no me aguantaba más y me hice pis en el colchón de mi cama. Hale, todo pa la lavadora, que casi no daba vueltas la probe con el mamotreto aquel dentro que la llenaba toda. Hasta que me seque el colchón me pusieron un edredón viejo muy doblado y me gustó bastante.
Ante lo de hoy...pués que voy a decir, no tiene explicación, se me escapó y ya está...Digo yo que será el frío, que hace mucho y provoca que mi vejiga se mueva más a menudo de lo normal. ¡Con lo limpina que soy yo!
Menos mal que se les olvida pronto. Y a mi también. Voy a echar la siesta pa dar tiempo a que se olvide del todo.
Lo que tengo muy claro, es que no les gusta mucho tener una corriente continua en medio de casa, y yo no meo por los rincones, no...allí dónde me aprieta lo suelto, y voy andando y meando. Por eso mis ríos particulares son de gran caudal y más largos que el Tajo.
Y, cómo no te acostarás sin saber una cosa más: lección de Geografía Canina. Por si no lo sabéis, el Tajo nace en Asturias, justito, justito en medio de nuestra cocina.

La galguina de Albertín.

Contra todo pronóstico canino (el mío), Martina hace tiempo que ha decidido a quién pertenece y se ha entregado en cuerpo y alma a Albertín.
¿Porqué? Yo, lo tengo muy claro, creo que es por dos razones. Una, porque son los dos igual de pesaos. Y dos, porque tienen una extraña fijación por los objetos de forma esférica. Ya sean pelotas, balones, bolas de papel...(cuándo Juana se enfada y desaparecen las pelotas, con un par de folios bien apretadinos les vale también), o cualquier cosa de forma semejante y que ruede por el suelo.
Son incansables. Así está nuestro pasillo, que parece la pista de pruebas de un todoterreno. Si la pelota va rápida, Martina corre cómo una loca detrás de ella y muchas veces acaba frenando contra la puerta del baño pequeño. Si la pelota va lenta, pués corre cómo una loca también, pero a mitad del camino va derrapando y va dejando la marca de "sus neumáticos" por el camino. Yo, observo prudentemente desde lejos, y a veces me animo a echar también una carrerina por el pasillo...pero una o dos, que yo no aguanto la caña de ellos ¡¡buff, me estoy haciendo viejo!!
Además, ella, cuándo me ve a mi correr un poco, interpreta que...¡¡hay guerraaa!!, viene hacia mi y me emburria, me pega con las patas de delante, pone el culo en pompa pa que le siga el juego y entonces yo me agobio un montón y me voy. A mi ritmo, que con el de ellos no puedo.
Cuándo Alberto por las mañanas sale para el cole, ella es la primera en despedirlo. Cuando vuelve, pues también es la primera en recibirlo, y tienen un ritual, que es el siguiente: el entra por la puerta, echa a correr y se para en seco...entonces ella llega a toda velocidad, frena y brinca para arriba cómo si fuera una rana, y en un ejercicio de perfecta coordinación, en la décima de segundo que dura cada salto que da, en el punto más alto, saca la lengua y aprovecha para chupetearle la cara un poquitín. Ella, feliz. Él, pa que os voy a contar.
Cuándo los ánimos ya están un poco calmados, entonces entro yo en escena. Saludo, él me rasca detrás de las orejas....yo meneo el rabo...y tan amigos.
En fín, creo que ella ha tomado la decisión correcta, porque son tal para cual. ¡Menudas dos patas para un banco! De esta manera se entretienen entre los dos y a mi me dejan un poco en paz.
Lo dicho... ¡creo que me estoy haciendo viejo!.

Bye, bye, Navidad.

Hoy, se clausura oficialmente la Navidad, ¡gracias a Dios!. Digo esto, porque aunque para los de dos patas se ve que es un tiempo muy feliz (se les nota), a nosotros nos resultó bastante agobiante. Por lo menos eso me pareció a mi, que es mi primer año de Navidades "en familia".
La casa se llenó de gente por todos lados, todo el mundo nos acaricia y nos rasca las orejas. Nosotros hacemos gala de una paciencia infinita... (no nos queda otra, porque están por todos lados y no tenemos dónde escondernos, que si no...). Encima nos quitan nuestras camas del salón y ponen en su sitio una mesa grandona, dónde se sentaron a comer y cenar. Cosa rara, porque ellos siempre comen en la cocina. Además, no nos dejaron arrimar la nariz a la mesa, ¡con la de cosas ricas que había puestas encima!. Muchas cosas yo no se ni que eran, pero apetecían sólo por lo bien que olían.
Y, cómo nos negamos en redondo a estar sólos en la cocina y dimos la coña bastante...por aclamación popular nos volvieron a poner las camas en su sitio. Un poco más apretadas, eso sí, pero allí, con ellos. ¡No nos perdemos la jarana nosotros por nada del mundo! Y así en armonía (apretada), transcurrieron las comidas y las cenas. Gente que se levanta, gente que se sienta, platos p'acá, platos p'allá, comida, comida y mas comida (parece que no comieran nunca) Todo pa ellos, a nosotros ná de ná.
De repente, desde mi puesto de vigía, atisbo debajo de la mesa una grande y jugosa miga de pan. Entonces, cual soldado de cuerpo de élite, me arrastro sobre el pecho por el suelo, me cuelo por debajo de la mesa, sorteo un mar de piernas, y...¡que desilusión más grande!¡sólo es una bolita de papel de servilleta! Oigo: "¡Martina! ¿Que haces ahí abajo?"...y yo, salgo pitando de debajo de la mesa y me enrosco en mi cama.
Este trajín lo tuvimos que aguantar estoicamente dos días y dos noches. El día que se comen uvas por la noche decidimos que ya estaba bién de tanta emoción y nos fuimos los dos (por decisión propia, que conste) a dormir a la cocina que creo que tanto ruido nos sienta mal.
Hoy por fin, se acabó todo (creo). Volvieron a venir todos a casa, pero ¡gracias a Dios! no se quedaron a comer. Intercambiaron regalos, se dieron un montón de besos, y... ¡hala!, cada mochuelo a su olivo.
Tengo que decir que cómo experiencia nueva probamos una cosa que se llama turrón, y pa que voy a decir a que sabe, ¡a gloria bendita!.¡Que pena que no nos lo den más a menudo!
Para nosotros no hubo regalos ¿se les olvidaría a los tres de las barbas? Pués de eso nada, me voy a proponer aprender a escribir y el año que viene les mandaré mi propia carta, para que no se les vuelva a olvidar.
Ahora, la tranquilidad vuelve a nuestra casa, y nuestra rutina retorna a ser la misma de siempre. Dormir, sin que nadie nos moleste, que bastante sueño hemos perdido estos días.
¡Hasta el año que viene, Navidad!

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